Algunas cosas cambian, se transforman; se resignifican. Ya pasaron los años en los que el embajador norteamericano era más importante que el presidente del país que visitaba. No solo su prestigiosa presencia sino su anhelada “misión”. Ya dejo ese país hecho continente de amaestrar al Sur históricamente maniatado. La realidad dejo de tener mediaciones.
Ya no será llamado progreso el desarrollo del subdesarrollo latinoamericano. No se le llamara periodismo independiente a las megacorporaciones, que entre tantos negocios, usufrutuan al periodismo en la transición victimario-víctima.
Ya no existirán avenidas, ni billetes, ni estatuas, ni líneas de trenes con nombres de genocidas, ni tampoco de conquistadores. La obra de Ernesto Guevara dejara de estar ausente en las curriculas secundarias. No se le llamara populismo al país que quiera defender sus intereses en detrimento de los históricamente dominadores. No será periodismo de investigación la extensión de una prosa escrita en condicional y con impersonales. El morbo dejara ser un hecho que merezca ser contado. Las Malvinas serán llamadas “Islas Malvinas” y NO “The Falkland Island”. La dignidad laboral en Argentina no costara 24 mil pesos con pisos de 35 mil. No serán vagos los maestros que luchen por sus derechos. La inseguridad y la inflación dejaran de darle luz política a los que viven en la oscuridad. Sera más meritorio hacer política con las personas cara a cara (a mil voces), que con las cámaras en un estudio de televisión. Se les tendrá más desconfianza a las personas de traje y su codiciada buena presencia que a los pibes que usen una visera. No se le llamará inseguridad jurídica al cumplimiento de las leyes. Los sesudos editorialistas dejaran de confundir deseo con realidad. Dejara el dólar de ser más importante que la moneda local. Dejara de aparecer su cotización en los noticieros. Los periodistas dejaran de catalogar como crímenes pasionales a los femicidios. Las fechas celebres o patrias dejaran de ser por la muerte de… y serán por el nacimiento de. Se derrumbaran los muros que todavía persisten y que dividen (literalmente) las fronteras del pensamiento. No se le llamara moda a un movimiento históricamente postergado y acallado. La iglesia dejara de entrometerse en las leyes que no le incumben. El posicionamiento ideológico dejara de estar polarizado entre un “ultra” y un “anti”. Y en esa dialéctica infinita de negros y blancos habrá buenamente un poco de gris.